una niña pequeña, un niño pequeño,
duermen como dos luceros cansados,
y no sé si están en el cielo o en la tierra,
porque el brillo de un beso los sostiene
como un hilo de agua sosteniendo la luna.
quiero solo estar con las manos del viento,
acariciando la frente que el mundo olvidó,
peque, mi peque,
que en la estrada de la muerte aún caminas
con tus pies desnudos de asombro,
y una niña pequeña, y un niño pequeño,
siguen ahí, en lo que queda de la tarde,
como semillas que no renuncian a su canto,
como dos pulsos mínimos
que insisten en volver a nacer.
venid, pequeños míos,
que mi voz es solo un manto tibio,
una plegaria que tiembla
para que no os apague la noche.
porque aún en la estrada de la muerte
hay un claro de luz para vosotros,
una cuna que no se quiebra,
un cielo que os llama bajito.
y yo, padre de nadie,
os sostengo en mis brazos
como quien sostiene
el último fuego del mundo.
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