Era el año perdido
cuando pasó el remolcador de los condenados y allí, en medio de ese frío,
se oyó un leve y tenue sonido:
era la voz de la melancolía,
la luna misma
dividida, diciendo
que nada de esto valdría la pena
y que nuestros besos
deberían quedar atrapados
en un lingote de hierro.
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