en memoria de neruda
En la inmensidad del silencio,
se despliegan tres campos:
violeta, verde y rojo,
no pintados, sino suspendidos,
como si el tiempo se hubiera detenido
para escuchar la respiración del color.
El violeta, denso y mudo,
lleva la sombra de pasos olvidados,
un susurro en muros que nunca gritaron.
El verde, como un secreto que resiste,
es el pulso inmóvil de la esperanza,
un instante que insiste en ser eterno.
Y el rojo, el más feroz de sus hermanos,
arde sin arder, como la sangre
de un corazón que late en el vacío,
un grito sin voz, la luz que nunca se apaga.
Rothko no pinta; abre puertas,
puertas que conducen a lo innombrable,
zonas del espíritu donde el color es verbo,
y el silencio, lengua materna del infinito.
Así, ante estos cuadrados suspendidos, aprendemos que la mirada no toca el lienzo: se sumerge, se hunde, se disuelve y regresa transformada, con los colores tatuados en el alma.
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